Un foso contra Gijón

No nos referimos al que cavan, más hondo que los inútiles túneles del metrotrén, el Ayuntamiento pro terrorista y la oligarquía local. No, que ese es más bien fosa para enterrar este pobre concejo. Nos referimos al que impusieron en el siglo XIX los golpistas liberales, antecesores y antepasados de los actuales PPSOE/IU/BA/etc. + FADEs y Vocentos de apoyo. Lo recuerda hoy José María Ceinos en La Nueva España.  

La villa y puerto hace 161 años
Un foso contra el carlismo

En la sede de la Asociación de Vecinos de Cimavilla se puede visitar una maqueta del escultor Francisco González Macías que refleja las fortificaciones de la ciudad en 1849
J. M. CEINOS  

El 29 de septiembre de 1833 murió Fernando VII –al que primero llamaron «El Deseado» y luego «El Felón»– sin hijos varones. Casi con el cuerpo aún caliente del monarca se echaron al monte las primeras partidas que defendían los derechos de sucesión al trono del infante Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, en detrimento de Isabel, la elegida para suceder a su padre, Fernando VII. Comenzó así la llamada Primera Guerra Carlista (1833-1840), que para la villa de Gijón supondría su transformación, por orden del Gobierno de la nación, en plaza fuerte.  

Para evitar las posibles acometidas del bando carlista contra la ciudad y su puerto, se dispuso la construcción de una serie de fortificaciones, rodeadas por un foso, que blindaran por tierra el caserío y la dársena desde la playa de San Lorenzo hasta la de Pando. Siguiendo los cánones de la arquitectura militar de la época, se diseñó una fortificación en forma de estrella que seguía un trazado, visto con los ojos de hoy, que arrancaba en las proximidades de la Escalerona y seguía por la calle de la Muralla (de ahí su nombre), la plaza de Evaristo Fernández San Miguel, el paseo de Begoña, la plaza de Europa, la calle de Sanz Crespo y terminaba en la zona de Fomento.  

Los baluartes, muros aspillerados y fosos se convertirían, con el paso de los años, en un estorbo para el crecimiento de la ciudad, que en la segunda mitad del siglo XIX iniciaba su imparable industrialización, con la construcción de fábricas y talleres y también de viviendas para la cada vez más amplia población artesanal y obrera.  

Fueron reiteradas las peticiones de las «fuerzas vivas» gijonesas, encabezadas por el Ayuntamiento, para que se derribase la fortificación (en realidad, el complejo militar nunca se ultimó), que como escribió en su «Biografía de la villa y puerto de Gijón» Joaquín Alonso Bonet, que fue director del diario local «La Prensa» y luego cronista oficial de Gijón, «constituía una obsesión popular la necesidad de suprimir el estorbo y peligro que suponían las viejas defensas militares que atravesaban la villa. Demostrado estaba que no eran una defensa eficaz».  

Hasta el año 1863 «no se consiguió el proyecto de ley que autorizaba la demolición de las murallas», relata Bonet, «pero hubieron de transcurrir trece años más (hasta el 18 de diciembre de 1876, cuando el Senado lo aprobó) para que fosos y murallas desaparecieran», y los gijoneses celebraron «la noticia con manifestaciones en la plaza Mayor. Y, algún tiempo después, El Humedal quedaba sin murallas y fosos, y la población, obstruida por su mitad, se saneaba y tenía el espacio que se apeteciera ya desde el año 1841. Pero la urbanización y el completo saneamiento, hubieron de tardar muchos años en ser realidad».  

En 1876 terminó la Tercera Guerra Carlista, que se había iniciado en 1872. Algunos autores, como Jordi Canal, la consideran la segunda, argumentando que el conflicto bélico de 1846 a 1849, la Guerra de los Matiners, se desarrolló casi exclusivamente en Cataluña.  

De cualquier modo, como afirma el gijonés Luis Infante, experto en la historia del carlismo, Gijón no podía considerarse un enclave liberal, ya que «antes de 1833 Asturias tenía más batallones de voluntarios realistas, en proporción a su población, que ninguna otra región de España, y Gijón no era una excepción».  

Cuando estalló la Primera Guerra Carlista, prosigue Infante, «un buque de la Armada británica estuvo casi permanentemente en el puerto de Gijón. Su misión era triple: patrullar la costa, reforzar con su dotación a la guarnición liberal que ocupaba la villa si había amenaza de disturbios o ataque y hacerse a la mar con los miembros del Ayuntamiento liberal y los notables cristinos (partidarios de la reina regente, madre de Isabel) si las tropas salían de la villa, para que no quedaran a merced de sus vecinos».  

Francisco González Macías (Béjar, Salamanca, 1901-Madrid, 1982), reconocido escultor que dejó su impronta en Gijón con varias obras, fue el autor de una maqueta, realizada enteramente en madera, que muestra, a escala 1:800, el puerto y villa de Gijón en el año 1849. Macías se inspiró en un plano levantado a mediados del siglo XIX y, con todo detalle, recrea la plaza fuerte en que se convirtió Gijón.  

La maqueta también tiene su pequeña historia. Tras pasar por varias dependencias municipales, terminó, ya muy deteriorada, en los locales de la Oficina Municipal de Tráfico que estaban situados en la calle de Manuel Llaneza, cuando Eduardo Vigil era el responsable de dicho departamento.  

Luego, por mediación de la Asociación de Vecinos de Cimavilla, la maqueta, una vez restaurada en el taller gijonés de Clemente Galán por encargo municipal, pasó, en depósito, a la sede de la citada asociación vecinal, en la llamada Casa del Chino de la plaza de la Soledad del barrio alto, donde sigue.  

Clemente Galán recuerda que restauró la maqueta de Macías «hará unos diez años, aproximadamente», y que cuando llegó a su taller «estaba bastante deteriorada, muy sucia y manchada». La rehabilitación de la obra de Macías fue completa. Además de limpiarla y recuperar los colores, afirma Clemente Galán, «se repusieron varias piezas; por ejemplo, tuvimos que reponer los árboles originales, que estaban hechos con plumas, por otros metálicos con espuma».  

Respecto a la calidad de la obra del escultor bejarano, Clemente Galán señala que es «rigurosa, refleja muy bien el Gijón que había en aquella época, y siendo escultor Macías se supone que tuvo que tener también esa exigencia de rematar bien la obra».  

En octubre de 1937, en plena Guerra Civil, muchas décadas después de la desaparición de las fortificaciones que un día se levantaron contra los carlistas, la IV Brigada de Navarra (requetés), entró en la ciudad, el último enclave de importancia del bando republicano en el Norte.  

La maqueta del escultor Macías que representa a Gijón como plaza fuerte en 1849 se puede visitar en la sede de la Asociación de Vecinos de Cimavilla «Gigia», situada en el número 7 de la plaza de la Soledad (Casa del Chino). El teléfono es el 985354761.  

Marcos León

En la fotografía superior, con la maqueta de Macías silueteada, los números se corresponden, aproximadamente, con las siguientes zonas del Gijón actual: 1. La Escalerona, 2. Paseo de Begoña, 3. Plaza de Europa, 4. El Humedal y 5. Fomento.

Debajo, dos detalles de la maqueta: a la izquierda, la iglesia parroquial Mayor de San Pedro Apóstol y el Campo Valdés, y a la derecha, la dársena de La Barquera del puerto viejo, con el caserío de Cimavilla al fondo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La considerable presencia del Carlismo en la villa de Jovellanos (y don Gaspar fue quizá el primer tradicionalista político con conciencia de serlo) ha sido siempre directamente proporcional a la salud de la misma. Desde el golpe de Estado liberal de 1833, en el Ayuntamiento hubo, a pesar de los pucherazos, concejales carlistas casi siempre. Al último de ellos, don Rufino Menéndez González, caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita, debe Gijón el Parque de Isabel la Católica. También a la Comunión Tradicionalista se debe el primer estadio de fútbol, el Hermanos Fresno, que tras la desaparición del Club Deportivo Oriamendi (tapadera del Requeté gijonés en la posguerra) utilizó el Sporting (sin que ello sirviera para que levantaran la voz contra la supresión del nombre de la calle dedicada a aquellos hermanos Fresno, carlistas gijoneses asesinados por los socialistas). Un siglo, un año y un día antes de que la 1ª Brigada de Navarra liberara Gijón del terror rojo, las tropas leales al Rey Carlos V, al mando del General Sanz, recibidas con entusiasmo, habían liberado a la villa del terror liberal, siquiera por unos días. 

 El Gijón del siglo XIX logró salir del foso liberal. ¿Se librará el del XXI de la fosa frentepopulista?

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3 Respuestas a “Un foso contra Gijón

  1. Más o menos desde finales de la década de 1970 han ido apareciendo colecciones de fascículos dedicadas a la historia de Asturias, casi siempre promovidas por los periódicos locales (especialmente desde que dejaron de ser locales). La calidad media es mala; penosa en cuanto se refiere a la historia contemporánea. Lo obvio, además de lo barato, era recurrir a los «especialistas» de la Universidad de Oviedo. La Facultad de Historia de la misma estuvo durante muchos años (lo está todavía, con honrosas excepciones) en manos de una turbamulta de marxistas de medio pelo –procedentes casi todos de aquel desastre de los PNNs– científicamente nulos, pero muy ortodoxos (de la ortodoxia marxista: si los hechos contradicen al método, suprímanse los hechos).

    De aquella factoría salió Francisco Carantoña Álvarez, actualmente en una de esas universidades de nueva creación. Desde su ortodoxísima (véase párrafo anterior) tesis doctoral La crisis del Antiguo Régimen y la revolución liberal en Asturias (1808-1833) ha perpetrado (conforme al sistema de reorganizar lo ya publicado y adornarlo un poco) alguna otra obra, como La Guerra de independencia en Asturias (1984) o Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales asturianas (1989).

    A este buen señor le encarga La Nueva España el octavo tomo de su Historia de Gijón. Como va a repartirse mañana con el diario (no paguen el dinero extra: mejor para su bolsillo, para su salud mental y para la conservación de los árboles), hoy aparece una entrevista con él. Dados sus antecedentes, no decepciona: lo contrario de la verdad, desde los titulares. Glosamos:

    «Desde la Guerra de la Independencia hay una continuidad liberal en Gijón»
    «Para la transformación de la ciudad es fundamental el periodo a partir, sobre todo, de los años cuarenta, el del reinado de Isabel II»
    FRANCISCO CARANTOÑA ÁLVAREZ Autor del octavo tomo de «Historia de Gijón»

    J.M. CEINOS

    Francisco Carantoña Álvarez nació en Gijón en 1957 y se doctoró en Historia en 1988 por la Universidad de Oviedo. Es profesor titular de Historia Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León, de la que fue decano. El historiador gijonés es el autor del octavo tomo del coleccionable de LA NUEVA ESPAÑA «Historia de Gijón», que lleva por título «Política en Gijón en el siglo XIX». El tomo se podrá adquirir mañana, con el periódico dominical, al precio de 5,95 euros.

    -¿De todo el devenir político en el siglo XIX, qué etapa se puede considerar la más importante para Gijón?

    -Momentos importantes hay muchos, pero desde el punto de vista de la transformación de la ciudad, creo que es fundamental el periodo a partir, sobre todo, de los años cuarenta, el del reinado de Isabel II, con la inauguración, primero, de la carretera Carbonera, luego del Ferrocarril de Langreo y después las mejoras del puerto; es cuando Gijón se va convirtiendo en un centro comercial de mayor importancia y, también, poco a poco, en industrial. Sería, por tanto, la segunda mitad del siglo XIX la etapa más importante.

    -¿La de la Guerra de la Independencia, con la que se abre el siglo, tiene menos importancia en Gijón que en el resto de Asturias?

    -No, en Gijón tiene una importancia bastante grande, lo que ocurre es que en Oviedo estaba la Junta General del Principado y es donde van a residir las juntas, pero la participación de Gijón en la Guerra de la Independencia fue muy destacada. En primer lugar por el 5 de mayo, que fue el primero de los motines que se producen en Asturias y, en cierto modo, prepara el que va a suceder en Oviedo. Luego, Gijón fue importante debido a que era el primer puerto de Asturias, es decir, Gijón era el punto fundamental de comunicación con el resto de España cuando Asturias, en manos de los patriotas, estuvo aislada y rodeada por los franceses, sobre todo entre noviembre de 1808 y la primavera de 1809.

    Por supuesto. La reacción antinapoleónica y la reacción antiliberal fueron la misma cosa, aunque después ciertos elementos liberales buscasen pervertirla.

    -A partir de 1833, cuando surge el carlismo, ¿Gijón fue fundamentalmente liberal o carlista?

    -Siempre fue liberal. En la ápoca de reacción absolutista hay, incluso, un informe del obispo de Oviedo, que era muy reaccionario, en el que comenta, por ejemplo, que en misa en la iglesia de San Pedro habían tocado palmas en contra del cura que predicaba y habían llevado gorros rojos precisamente porque la población era liberal y estaba en desacuerdo con lo que se estaba planteando. El informe es de septiembre de 1825 y el obispo lo envió al duque del Infantado. Dice literalmente: «En Gijón, pueblo más exaltado por la Constitución, especialmente en la clase de comerciantes y hacendados», claro, la burguesía local.

    ¿Se dan cuenta de la táctica? Carantoña Álvarez cita un informe (uno), que se refiere además a ciertos elementos de la burguesía local (en absoluto a todos), y lo extiende a toda la población. Cuando hay evidencia de lo contrario (véase la entrada que abre este hilo).

    -¿Ahí nace la burguesía progresista y republicana gijonesa?

    -Hay una continuidad liberal en Gijón, es evidente, entre el primer periodo constitucional de la Guerra de la Independencia hasta el final de siglo, en lo que es propiamente la ciudad, que se ve, sobre todo, en estos comerciantes y, más tarde, en los empresarios industriales. Ocurre en la burguesía gijonesa como en las zonas periféricas de España: se convierten primero en liberales y después van a ser, muchos de ellos, republicanos.

    Claro: los republicanos perfectamente integrados en el caciquismo de la Restauración, por ejemplo. Aquellos cuyos hijos estarán después en la Falange y el franquismo… (¿Por qué no hablará Carantoña Álvarez de esta continuidad?).

    Pero lo que no hay en la ciudad de Gijón, en general, o es una minoría muy pequeña, son realistas y carlistas, es decir, opositores al sistema constitucional.

    Antiliberal y contraria a la impuesta Constitución de 1812 fue la mayoría de la población gijonesa. A pesar de la bestial represión liberal, primero, y del caciquismo electoral, después, la presencia carlista se mantuvo en la villa (que no ciudad) hasta nuestros días. Y, hasta hace pocos años, con notable vigor y con concejales.

    -¿Es la diferencia fundamental con Oviedo?

    -Gijón siempre fue una ciudad más liberal que Oviedo, está claro, aunque en Oviedo tienen cierta presencia los republicanos; pero es cierto que Gijón es una ciudad mucho más liberal que Oviedo a lo largo del siglo XIX y en el XX también. Pero es la ciudad, ya que hay que tener en cuenta que durante mucho tiempo tiene más población la zona rural que el núcleo urbano, y en la zona rural el campesino es conservador y más manipulable por los caciques, por ejemplo por los condes de Revillagigedo. Hay, por tanto, una especie de dicotomía, una oposición entre el campo y la ciudad.

    Observen qué notable selección de citas hace Carantoña Álvarez: ahora el Conde de Revilla-Gigedo… Que era cacique electoral, sí, del Partido Liberal Conservador.

    Gijón fue bastante más antiliberal que Oviedo. En la ciudad episcopal, sin embargo, estaba la Universidad, la cual –antes de que los liberales casi la suprimieran, antes de que los socialistas la bombardearan y mucho antes de que los marxistas la invadieran– era foco realista y carlista.

    -Por último, vamos a la etapa de la Restauración, en el último tercio del siglo XIX, cuando surge el movimiento obrero en la ciudad…

    -Claro, es cuando empezaron a crearse industrias y los trabajadores comenzaron a organizarse. En primer lugar son republicanos, como en toda España, y después, a partir del Sexenio Democrático, empiezan a introducirse, sobre todo, las ideas anarquistas, pero en Asturias de una forma débil. Estas ideas renacerán ya con fuerza con la Restauración. En esa época aparecerán las corrientes anarquistas y también las socialistas.

    Entendemos que se trata de una entrevista breve. Pero esto no es sólo simplicidad: es simpleza. Vaya con el Profesor.

    • El domingo 21 de marzo, nuevos recuerdos en La Nueva España nos dan la razón (ya saben, practicamos lo contrario del método marxista: contra la ideología dominante, los hechos). Apostillamos al final.

      Para los menesterosos y un liberal sin himno
      El mismo día de 1922 la villa asistió a la inauguración del edificio de la Asociación de Caridad y del busto de Evaristo San Miguel
      J. M. CEINOS

      «Y a parte el carácter benéfico que la Asociación encierra, deben fijarse los vecinos que se trata también de una reforma en el ornato público, pues cerca está el verano, cercanas las fiestas, y ¿no sería uno de los mejores números del programa de agosto presentar al forastero las calles limpias de menesterosos?», podemos leer en la primera página del «diario democrático independiente» de Gijón «El Noroeste» del viernes 10 de febrero de 1905.

      Se refería el periódico republicano (higienista en lo referente a los «menesterosos», al parecer), a la reunión que aquel día de hace 105 años sirvió para poner en marcha la Asociación Gijonesa de Caridad, que estos días anuncia que tiene intención de reclamar, por la vía judicial, la herencia (retenida en bancos suizos) que le dejó hace cuatro años el filántropo gijonés Luis Evaristo Bango Escacho, que ronda los 9 millones de euros, una cantidad que la asociación caritativa estima esencial para poder mantener su labor en la ciudad, especialmente en estos tiempos de crisis.

      «La Asociación de Caridad es, por todos conceptos, de necesidad urgente», explicaba «El Noroeste» en 1905. Y así se puso en marcha, con participación de prácticamente todas las empresas de importancia radicadas hace 105 años en la villa, incluyendo, claro, al Banco de Gijón y al Crédito Industrial Gijonés. «La numerosa y distinguida representación que de todas las clases sociales de la villa acudió ayer tarde al Ayuntamiento es dato interesantísimo y halagüeño y prueba palmaria de que todas las entidades gijonesas se hallan dispuestas a seguir la altruista iniciativa de los Sres. Vigil Escalera (D. Ulpiano) y Suárez Infiesta (D. Silverio)».

      Un salto importante fue el acuerdo adoptado en 1916, por iniciativa de Donato Argüelles, que había sido alcalde de Gijón entre 1909 y 1911, para construir un nuevo edificio que reuniese los servicios de la Asociación de Caridad, su asilo nocturno y las dependencias de la Cocina Económica, que desde 1909 regentaba también la caritativa entidad. La iniciativa del filántropo Argüelles vio la luz el 17 de diciembre de 1922, cuando el inmueble, ubicado en la calle de Sanz Crespo, fue inaugurado.

      «La nueva casa de los pobres», como denominó al edificio el diario local «La Prensa» en su primera página del domingo 17 de diciembre de hace 88 años, constituía, para el periódico, «un episodio local de gran emotividad, tan ejemplar y tan noble, que bien merece que nuestro júbilo se acuse inequívocamente, y el concejo gijonés recorra las calles con el atuendo y el esplendor de los días grandes».

      En un muro de la nueva Casa de los Pobres se colocó una placa en la que el Ayuntamiento, «en nombre de la ciudad» y como muestra de agradecimiento, hizo grabar los nombres de Donato Argüelles del Busto, Higinio Gutiérrez Menéndez, Bernardo Meré Berros, José Fernández Castro y Francisco Gutiérrez Menéndez, «depositando en ellos el más profundo reconocimiento a los generosos donantes y legatarios a quienes se debe la gran obra de misericordia que la Asociación Gijonesa de Caridad representa».

      Por su parte, el diario «El Noroeste» del 17 de diciembre de 1922 destacaba, en el mismo titular del que daba cuenta del acontecimiento filantrópico, de otra inauguración.

      Era la de un busto en memoria de uno de los hijos ilustres de la villa: el general Evaristo San Miguel, «gran ciudadano y demócrata insigne», recordaba «El Noroeste», y apostillaba sobre el militar nacido en Gijón en 1785 y muerto en Madrid en 1862: «Eso fue el gran hombre hijo de este pueblo cuya memoria, imperecedera por los hechos que enaltecieron en la vida de aquél la historia patria, venera hoy Gijón con un sencillo homenaje», aunque al diario le pareciera que no estaba «en relación, ciertamente, el modesto busto del insigne demócrata que en la mañana de este día va a descubrirse en la plazuela de su nombre, con los altos merecimientos del que consagró su vida a la causa de la libertad, del derecho, de la justicia y de la prosperidad de España».

      Así fue como, el mismo día, la villa asistió a dos inauguraciones, aunque en la segunda, la del busto de Evaristo San Miguel, hubo ausencias, que «El Noroeste» contó a sus lectores. Tras el acto en el nuevo edificio de la Asociación Gijonesa de Caridad, «los párrocos de las iglesias de San Lorenzo y San José y el concejal don Rufino Menéndez se retiraron a partir de ese punto. No así el párroco de San Pedro, don Ramón Piquero, que asistió a la inauguración del modesto monumento». El busto de San Miguel, obra del escultor Gargallo, se fundió en «la Fábrica Nacional de Trubia».

      En el acto puso la música la Banda de Gijón, pero no interpretó el «Himno de Riego», censuró «El Noroeste» en su número del 19 de diciembre. «La Prensa», el mismo día, lo explicaba: «El alcalde hizo ayer constar a los periodistas que oportunamente había indicado al presidente de la Banda de Música que en la solemnidad del domingo, al inaugurarse el busto del general San Miguel, se interpretase el Himno de Riego, cosa que no se hizo. El señor Cerra (responsable de la Banda) manifestó que el himno no figuraba en el repertorio, que lo había pedido a Madrid y que no había llegado». Así se quedó Don Evaristo sin el himno liberal.

      El masonazo Evaristo Fernández de San Miguel, golpista, traidor de lesa majestad y enemigo de todo lo bueno, se quedó sin el «Himno de Riego» cuando inauguraron su inmerecido busto. Sin duda, porque no le dio la real gana a la banda tocarlo: anda que no es fácil ese ridículo chunda, chunda. Pero el «Himno de Riego» siempre fue de señoritos. Incluso cuando la izquierda socialista impuso su tiranía, entre 1931 y 1936, tocaban «La Internacional» o «La Marsellesa»: el dedicado a Rafael del Riego (pobre traidorzuelo, instrumento de las maquinaciones de Evaristo San Miguel, corresponsables ambos de la ruina de España) no le gustaba a nadie.

      Hasta el cínico El Noroeste –un día habrá que contar la espléndida ironía que supuso recuperar esta cabecera durante unos años, tras la muerte de Franco, para sostener casi (sólo casi) lo contrario de la de anteguerra– le perdonaba la vida a la Asociación Gijonesa de Caridad. Cuya institución más antigua y popular, la Cocina Económica, fue fundada por un carlista, don Rafael Suárez del Villar, en 1887. Hasta tiempos recientes, los tradicionalistas tuvieron mucho que ver con la Asociación Gijonesa de Caridad. No pareciéndoles suficiente, en el Círculo Carlista de la calle Fernández Vallín –incautado por los socialistas tras su pucherazo electoral de 1936, y nunca devuelto– funcionaba otro comedor para niños pobres, atendido por las margaritas gijonesas.

      Con lo que vuelven a quedar contestadas las gratuitas afirmaciones de Francisco Carantoña Álvarez: Gijón, villa y concejo, de liberal, poco. En todo caso, ocupada, tiranizada por los liberales y por sus sucesores, los frentepopulistas. Que ahí siguen, lampedusiana alcaldesa en proa.

  2. El Comercio (en realidad, la edición de Benavente para Gijón del bilbaíno Correo ex Español) publica este domingo «in albis» un artículo sobre la última muralla de Gijón, obra del arquitecto y socio de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, Valentín Arrieta Berdasco:
    http://www.elcomercio.es/gijon/201604/03/desaparecida-muralla-carlista-20160403010957-v.html

    Esa muralla, por cierto, no era «carlista», sino liberal. Construida por los liberales tanto para tener a Gijón bien sujeto, como por el miedo que les daba el campo abierto. Ellos estaban a gusto acuartelados.

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