J.E. Casariego, veinte años

Jesús Evaristo Casariego, capitán de requetés. Óleo de Segura

Hace una semana, hizo veinte años. Jesús Evaristo Casariego y Fernández-Noriega murió en Luarca, en su Casona de Barcellina. Sus últimas palabras fueron «¡Viva Cristo Rey!» y «¡Viva España!». Poco antes se había confesado con un viejo jesuita gijonés, también veterano del Requeté, el recordado Padre Manuel Soto Álvarez.

Jesús Evaristo Casariego había nacido en Tineo el 7 de noviembre de 1912. Su padre, dentista, tuvo su consulta en Gijón, encima del comercio «El Águila», luego la también tristemente desaparecida tienda «Salat», en la esquina de las calles de San Bernardo y de Ventura Álvarez Sala. Una nota doméstica: al doctor (en Medicina) Casariego le servía las prótesis dentales el laboratorio de un tío político de un propio de Voluntad, desde la ciudad leonesa de Palencia, también de rica tradición carlista.

La infancia de don Jesús transcurrió entre las villas de Tineo y Luarca. En Madrid transcurrieron no pocos años de su existencia; también en Hispanoamérica, como periodista y profesor universitario; y en Oviedo, en cuya defensa se distinguió en 1936. Cuando se fue a la guerra, con veintitrés años, estaba casado, tenía una niña, dos carreras universitarias, algún libro publicado y una notable trayectoria ya como periodista, como deportista, y como militante de la Causa de Dios, Patria, Fueros y Rey legítimo, por la cual varias veces sufrió prisión durante la II República.

Superado el desengaño de la posguerra, Casariego retornó a la militancia carlista activa. Como candidato al Senado por la Comunión Tradicionalista, a pesar de la penuria de medios económicos, obtuvo en Asturias más de veinte mil votos en las elecciones generales de 1977 y parciales de 1978. Impresiona, mientras tanto, el número y la calidad de sus libros publicados, sus miles de artículos, su Archivo Gráfico Universal… Orador notable, siempre obtuvo aplauso tanto en actos políticos como en conferencias, de las cuales Gijón disfrutó unas cuantas. Fue el primer director del Instituto de Estudios Asturianos (IDEA, antes de que Pedrín de Silva Cienfuegos-Jovellanos y sus cómplices lo redujeran a RIDEA, rideo, rides, ridere, risi, risum) elegido por sus miembros, y el que más alto hizo llegar a esa institución, al servicio –entonces– de Asturias. A Asturias, a España, a la Hispanidad y a la Cristiandad entregó don Jesús su vida y sus afanes. Su legado aún no ha recibido el reconocimiento que merece.

Se encontrarán más datos en Voluntad, usando el motor de búsqueda interna (en la columna de la derecha) y en los comentarios. De esta breve semblanza, hoy, preferimos omitir ciertos aspectos, indignos e indignantes, que tras su muerte ocasionaron la dispersión de su biblioteca, su archivo, sus colecciones, y hasta la ruina de su casona. (Baste un detalle: don Jesús poseía el original mecanografiado y firmado del famoso testamento político del Rey Carlos VII. Había dispuesto que a su muerte pasase a la Real Academia de la Historia, y así figuraba manuscrito en las guardas del mismo. Nunca llegó a dicha Academia). De turbios figurones quizá nos ocupemos en otra ocasión.

J.E. Casariego nos dejó el 16 de septiembre de 1990. Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.

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2 Respuestas a “J.E. Casariego, veinte años

  1. Nota del Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella. La primera parte puede ponerse en relación con un comentario anterior de Voluntad referido al resentimiento envidioso contra el difunto J.E. Casariego, que todavía transpiran ciertos sujetos ínfimos:

    De prensa: Casariego, Jovellanos y los enanos

    Los hay atrevidos. Como Lorenzo Cordero, cuya peor que mediocre carrera periodística ha terminado en una columna bajo la cabecera La Voz de Asturias, encarte ahora del panfleto zapaterista madrileño Público. El pasado 6 de febrero, con el título «Mesa de Mareantes», perpetra una cosa pretendidamente irónica contra Francisco Álvarez-Cascos. Está muy bien ir contra este señor, pero ciertos enemigos más bien le ayudan. Como Lorenzo Cordero, entre cuyas pedanterías encontramos las siguientes:

    Por ejemplo, cuando escenifica su regreso a la arena – primero censándose en Luarca; después eligiendo el rincón luarqués en donde el tradicionalista Evaristo Casariego fabuló su Mesa de Mareantes y Navegantes, para firmar su ingreso en el club , está reivindicando sus vínculos personales con sus raíces familiares porque quiere seguir siendo él mismo…
    […]
    Probablemente para la derecha plus ultra , España sea una fusión entre la historia y la ficción. Algo así como ocurre con el simbolismo de la Mesa de Mareantes y Navegantes; la cual, es el fruto de una evidente interrelación entre la realidad y la ficción.

    Los escribidores a sueldo del régimen, como Lorenzo Cordero, no calculan que lo que lanzan contra otros suele delatar sus propias miserias. Los fundamentos (por llamarlos algo) ideológicos del régimen que nos oprime, son pura ficción. A esos fundamentos se adhiere de corazón Francisco Álvarez-Cascos, el «centrorreformista», para quien –como para toda la derecha liberal– el gran don Jesús Evaristo Casariego sólo tenía desprecio. En cambio don Jesús, como buen tradicionalista, era profundamente realista: no se dedicaba a las fabulaciones, sino a las tradiciones, a la verdad de su pueblo. También fue don Jesús Evaristo Casariego un gran periodista, un periodista mítico a la vieja usanza. ¡Pobre Lorenzo Cordero!

    ***

    Hablando de Casariego, de su juventud es un interesante estudio sobre el prócer gijonés por excelencia: Jovellanos o el equilibrio. Claro que él se había tomado la molestia de leer a don Gaspar, lo cual nunca fue habitual.

    No sólo marran los columnistas a sueldo. Los voluntariosos, que no cobran pero gozan viéndose en el papel local, tienen tendencia a patinar. Sobre todo si hablan sobre lo que dan por sabido, pero ignoran por completo. Por ejemplo, en La Nueva España de Gijón del pasado 10 de febrero, Paco G. Redondo, «profesor de Geografía e Historia», publica una cosa titulada «El legado de Jovellanos», donde ensarta lugares comunes con solemnes tonterías:

    El bicentenario de la muerte de Gaspar Melchor de Jovellanos en 2011 (Gijón, 1744; Puerto de Vega, 1811) se conmemorará con variados eventos, ciclos de conferencias, obras musicales, una exposición de bibliografía y un congreso internacional auspiciado por el Instituto Feijoo de la Universidad de Oviedo, entre ellos. Si el siglo XVII español fue el de la decadencia, el siglo XVIII fue el de las reformas, en sintonía con la nueva dinastía de los Borbones, para el impulso y la modernización a la luz de la razón y la crítica, no sin fuertes inercias y resistencias.

    Decir que «el siglo XVII español fue el de la decadencia» etc. es tan realista como decir que lo que va del siglo XXI es de grandeza y expansión. La continuidad entre las administraciones de Carlos II –en cuyo reinado habían comenzado las reformas– y Felipe V, aun con la Guerra de Sucesión de por medio, es admirable. Qué decir del reinado de Felipe IV, llamado por sus contemporáneos «el Grande» y «el Rey Planeta». O del de Felipe III, bajo el cual todos los enemigos de la Monarquía española mordieron el polvo una y otra vez. En fin.

    Frente a la imagen atrasada de la España aislada, de fanáticos y pícaros, campesinos y mendigos, mediante la fórmula «todo para el pueblo, pero sin el pueblo»: ¿No recuerda algo nuestra partidocracia actual? Los reformistas se centran en tres aspectos, razón, educación y economía. La razón hará comprender los errores del pasado histórico, la educación dará afán de conocer la realidad presente y el fomento de la economía productiva será el motor del cambio hacia la prosperidad general.

    ¿Quién tenía esa «imagen atrasada» antes del siglo XVIII? ¿Qué tienen que ver los reformistas dieciochescos con la «partidocracia actual»? Repetir la «historia» de libro de texto de historia (aprobado por el Ministerio de Educación y la Consejería autonómica correspondiente, naturalmente) da bastante pena.

    La centuria promueve la idea de progreso, precursora del liberalismo del XIX como revolución, frente a la conservadora, del tradicionalismo como reacción.

    ¿Quién era «la centuria», señor G. Redondo? Válganos el Cielo. Los ilustrados españoles del siglo XIX no tenían nada de revolucionarios, ni fueron precursores «del liberalismo del XIX». De hecho, lo que quedaba de los ilustrados se puso del lado realista, luego carlista, en las contiendas del siglo XIX. Jovellanos, por su parte, es el primer tradicionalista político consciente de serlo; por ejemplo, cuando defiende la constitución histórica de España frente a cualquier intento de imponer una constitución escrita.

    En la Ilustración española suelen distinguirse tres etapas: una primera con Feijoo que abre el siglo a las nuevas corrientes europeas, una segunda con Campomanes y las Sociedades de Amigos del País, que plantean análisis y medidas, y una tercera convulsa con Jovellanos, entre éxitos y boicots, luchas y excusas por el poder.

    Otra vez de libro de texto. Lamentable el esquema. Por cierto: ¿a qué «boicots» se referirá el señor G. Redondo, y qué serán las «excusas por el poder»?

    Dejó la carrera eclesiástica para seguir la judicial en Sevilla y la política en Madrid Fue director de la Junta de Comercio de la Sociedad Económica Matritense e impulsor del banco de San Carlos (hoy de España). Auge de poblacionistas y de igualdad de derechos, que fructificarán en las Cortes de Cádiz de 1812. En su «Informe sobre la ley agraria» ataca los privilegios de la Mesta ganadera y los señoríos jurisdiccionales feudales, el mismo año de su muerte (1811) serán abolidos. Ahora que tantos le reivindican, sería bueno evitar el retroceso autonómico hacia los reinos de Taifas medievales.

    Jovellanos critica el contraste entre minifundios en el Norte y latifundios en el Sur, y los precios excesivos de los arrendamientos, partidario de «suprimir los obstáculos» es precursor de las desamortizaciones agrarias «Derramará un día la luz y las ciencias útiles por esta provincia, y acaso por toda la nación… quisiera enlazar en su plan de enseñanza (del Instituto de Gijón) el derecho público universal… poco se puede esperar sin fondos». Como se ve, suele haber más ruido que nueces.

    Hablábamos de lugares comunes más arriba. ¡Qué bien queda lo de los «reinos de Taifas» (sic), aunque no tenga nada que ver con aquello de lo que pretende hablarse! Jovellanos, que fue no sólo conscientemente tradicionalista, sino también violentamente contrarrevolucionario, sí había caído, como bien distingue Vázquez de Mella, en contradicciones y errores en materia de economía. Pero para saber distinguir estas cosas, hace falta haber leído a Jovellanos y sobre Jovellanos.

    […] Durante Carlos IV, con el favorito Godoy llegó a ser ministro de Gracia (subsidios) y Justicia. Su caída en desgracia le conllevó prisión, en Mallorca.

    Esto ya es de traca. Jovellanos fue acérrimo enemigo de Manuel Godoy. Precisamente fue la caída en desgracia de éste la que permitió la liberación del patricio gijonés, por orden del Príncipe de Asturias, Don Fernando, luego Fernando VII.

    Ya libre tras el motín de Aranjuez de 1808, durante la Guerra de la Independencia representará a Asturias en la Junta Central de los españoles sublevados. Cunda su ejemplo.

    Cierto. Y ante las falsas Cortes de Cádiz denunció su ilegitimidad, y previno, nuevamente, contra el intento de redactar constituciones. Su muerte en 1811 le libró de ver la consumación, en 1812 de la traición de los liberales.

    Hay que leer más.

    La segunda parte nos trae a la memoria –aparte del miedo que nos dan los planeados fastos conmemorativos del bicentenario de la muerte de Jovellanos, y la risa que nos da el que pretendan presentar como hombre de ideario, de cualquier ideario, al bidivorciado Francisco Álvarez-Cascos Fernández, socio de socialistas, amigo de comunistas y negociador favorito de los abertzales— la lista de colaboradores lamentables de La Nueva España que desde aquí se proponía el pasado miércoles para que nuestros lectores la completasen.

  2. Ricardo

    Un hombre íntegro y grande. Cada año que pasa lo recuerdo con más respeto y admiración.

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